Y como Valladolid no podía ser menos, también quiso tener su propio talismán, no en la Universidad, sino en un centro de estudios de Teología: el prestigioso Colegio de San Gregorio. Hubo quien eligió y difundió la búsqueda de un caracol como símbolo vallisoletano para probar la agudeza visual y ser recompensado por ello con los mismos efectos mágicos que en Salamanca. El grado de dificultad en ambos casos es idéntico, ya que son tantas las imágenes simbólicas superpuestas a los elementos decorativos que es realmente complicado concentrarse en cualquiera de ellas.
En el caso de Valladolid el significado es más explícito, ya que el animal aparece castigado por dos figuras de niños colocados a los lados, uno que se dispone a atizarle con un garrote y otro que intenta atravesarle con una lanza. De modo que el caracol adquiere en este colegio el simbolismo de la lucha contra la pereza, identificando la lentitud del caracol con la vagancia que debe ser combatida por los estudiantes.
La escena en que aparece el caracol forma parte de una ménsula o peana que sustenta la figura de un soldado revestido de armadura, que porta lanza y escudo, colocado en el pináculo izquierdo que delimita la fachada, en el arranque del cuerpo superior y a la altura del remate del arco conopial de la portada. El soldado y la ménsula se orientan hacia el interior de la portada y junto a ellos aparecen dos grandes ángeles tenantes con el escudo de la Flor de Lis, emblema del influyente Fray Alonso de Burgos, obispo de Palencia (diócesis a la que pertenecía Valladolid por entonces), confesor de la reina Isabel y promotor del majestuoso edificio.
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