miércoles, septiembre 18, 2013

Auto de Fé 21 de Mayo 1559.



Los reos en filas de a dos , acompañados por familiares cercanos, empezaron a formar la comitiva.
A cabeza de la procesión  a caballo, portado por el fiscal del Rey, ondea el estandarte de la Inquisición  con el blasón de santo domingo bordado,seguido por los reos encadenados, con grilletes en las manos y san benitos con el aspa de San Andrés.

Mezclados con ellos, con atuendos semejantes, atados a altas pértigas  desviándose de los condenados, en efigie uno de ellos representando a Doña Leonor de Vivero,cuyo ataúd  con el cuerpo desenterrado, llevado a hombros en la procesión por sus familiares, será también arrojado al fuego.

La mitad de la plaza se había convertido en un enorme tablado, con graderíos y palcos, recostado en el convento de san francisco y dando cara al consistorio, adornados con telas, doseles, y brocados de oro y plata.
Frente a los palcos en la parte bajo de los graderios se levantaban tres pulpitos, uno para los relatores que leian las sentencias .
El segundo para los penitentes destinatarios, y un tercero para el obispo Melchor Cano, que pronunciaria el sermon y cerraria el acto.
El Obispo de Palencia se encaramo de nuevo en el púlpito  desde donde había predicado y dijo que leídas las ejecutorias, degradados los curas sectarios, daba el auto por concluido , siendo las cuatro de la tarde del 21 de mayo de 1559.
Los reos sentenciados a prision, añadió, seran conducidos en procesion a las carceles reales del santo oficio, para cumplir sus condenas,en tanto los restantes seran llevados en borriquillos al quemadero.
Fuera ya de la Puerta del Campo, la concurrencia era aun mayor, pero la extensión del campo abierto permitía una circulación mas fluida.
El ultimo número estaba a punto de comenzar;La quema de los Herejes.
Sus contorsiones y virajes entres las llamas,sus alaridos al sentir el fuego sobre la piel,las patéticas expresiones de sus rostros en los que ya se entreveía el rastro del infierno.
El verdugo arrimó la pira incendiaria y el fuego floreció de pronto como una amapola.
Despabilo, humeó, rodeó a Cipriano rugiendo,lo descolgó.
El pueblo sobrecogido por su entereza, pero en el fondo decepcionado, había enmudecido.

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